Por Karina Paola Belletti
En 2023, una querida amiga descendiente de Jorge Newbery me regaló el libro “Vida de Sarmiento” de Manuel Gálvez: “Lo conseguí por doscientos pesos en un remate y me acordé de vos”. Para una chica sarmientista como yo, era un desafío leer a un autor que de fan de Domingo no tenía nada. Sin embargo, al pretender defenestrarlo, me dejó de regalo la carta más feminista del hombre tejido por mujeres que tuvo el siglo XIX en Argentina.
La cita a la que refería Gálvez se publicó en El Mercantil del Plata. Según él, La Nación Argentina republicó el 7 de julio de 1868 una carta sin fecha ni remitente de Domingo que incluía el siguiente extracto:
«¡Abajo el matrimonio católico apostólico romano, bárbaro! Paso a las tenderas, a las médicas, a las abogadas, a las ministras, a las grandes filósofas, como esas dos cuyos retratos beso respetuoso antes de adjuntarlos a esta carta».
Durante 2024, en el aula de quinto y sexto años de la ES 5 de Curarú, estudiamos a las primeras maestras normalistas y estadounidenses que vinieron a Argentina. Me gané un mote: “Dice el Profesor Giuliani que usted es la reencarnación de Juana Manso”. Pensé que si el apodo me ayudaba a ganarme el respeto de estos adolescentes más interesados en jugar a free games que escucharme a mí, podría ser capaz de usar un vestido de mil ochocientos. Por suerte, no fue necesario y conseguí captar su atención.
Con Giuliani, empezamos a soñar en llevar a nuestros 18 alumnos a CABA (la capacidad máxima de la combi que el municipio nos otorgaba). Esta vez no irían a comer comida rápida ni a un shopping. Iríamos a conocer el Museo Sarmiento y el Cementerio Británico.
Apenas unos días antes de nuestro periplo desde el pueblo de 500 habitantes a la gran ciudad, encontré la carta de Gálvez completa en el sitio Anáforas de la Biblioteca Nacional de Uruguay. Allí Sarmiento nos cuenta que fue padrino de una abogada, que asistió a la graduación de tres mujeres médicas y que tuvo el impulso de besar dos retratos de dos señoras a las que admiraba para luego, adjuntarlos a la epístola. Estas mujeres eran Eliza Farnham (1815-1864), novelista, feminista, abolicionista y activista de la reforma penitenciaria y Elizabeth Denton (1826-1910), clarividente y profeta. Elizabeth podía ver a través de un objeto el origen y entorno geográfico exactos de una piedra con solamente “percibirla”.
Mientras cantábamos el himno de Sarmiento en la combi y estacionábamos en la puerta de la calle Cuba en Belgrano, estas mujeres me rondaban a mí. Casi al final de la recorrida por el Museo Histórico Sarmiento, nos dejaron entrar a la sala de investigaciones. Medio oculta en un sobre, en un escritorio, se asomaba la figura de una mujer: una foto que estaba entre los objetos de Domingo. No pude evitar preguntar a las empleadas del área si existían fotos sin identificar. La respuesta fue que alguien en 1940 había decidido separar las cartas de las imágenes y se perdieron las referencias. La foto que allí estaba tenía un nombre, posiblemente fuera la letra de Domingo: CARLOTA.
Navegar en el universo sarmientino implica asociar elementos a veces disímiles, como si su espectro fuera dejando miguitas de pan y uno se transformara, entonces, en una vidente como la Sra. Denton y como si las mariposas de Elizabeth que guarda la Sociedad Histórica de Wellesley pudieran decir.
Llegué a casa y pensé que Carlota podría ser Charlotte y que por alguna razón, podría haber sido una médica.
Mi hipótesis es que Sarmiento tenía una foto guardada en su corazón de Charlotte Lozier (1844-1870), médica y sufragista, que defendió a una jovencita que había llegado al hospital y su pareja la quería obligar a abortar. Charlotte consiguió que el supuesto “primo” Andrew Morán fuera arrestado.
Al día de hoy, estamos a la espera de la digitalización de la imagen para corroborar esta hipótesis. Mientras tanto, ya estudiamos un texto en inglés en clase sobre Charlotte y todos los días, al entrar en clase, la preceptora, la directora y mis alumnos me preguntan si será Charlotte Denman Lozier la mujer que está perdida en un cajón del museo Sarmiento.
No estoy segura si estamos ante un hallazgo o no pero sé que Sarmiento ha conseguido algo más significativo: que una comunidad rural escolar piense en investigar, tenga la pulsión por aprender y descubrir que estudiar puede ser una gran aventura tanto o más divertida que jugar online en una pantallita azul.
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