Tierra Negra, la revista de agroecología de los tejedorenses Cristian Crespo y Ana Sol Beloso

Un brote puro y verde nace en una zona arrasada por los agrotóxicos. Es una revista de papel, pero también es, como plantea el editorial de la primera publicación, un camino hacia una huerta que llene platos y corazones, haciendo surcos hacia la soberanía alimentaria.

“Tierra Negra” ya está en la calle, es una producción de dos jóvenes tejedorenses Cristian Crespo y Ana Sol Beloso

El público destinatario es la familia chacarera y de pequeños productores así como la de los consumidores que están en la búsqueda de una alimentación y modos de vida distintos. La frecuencia estará determinada por las estaciones del año. Se trata de una producción periodística inédita, dirigida por Cristian Crespo, técnico agropecuario, docente, asesor en

temas agroecológicos y autor del libro “Volver a la tierra” (Editorial Mate) quién es acompañado por Ana Sol Beloso en su función de diseñadora.

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Empezar de nuevo
Aquí se transcribe el editorial del número 1 de “Tierra Negra”:

Hablar, diseñar o pensar en un modelo agropecuario significa responder a las preguntas de ¿qué producir?, ¿para qué producir?, ¿en qué condiciones producir?, ¿dónde producir?, ¿quiénes son los actores del proceso productivo?, ¿para quienes producir? y ¿cómo comercializar o distribuir lo producido? Todas estas preguntas tienen hoy sus respuestas claramente formuladas y convertidas en políticas de Estado y en un modelo de consumo, incluso desde hace algunas décadas.
Cuando nuestras abuelas elegían el lugar para iniciar una huerta, lo hacían pensando primero en cuántas bocas debía alimentar, sus gustos y preferencias, la posibilidad de conservar o almacenar lo que de esa huerta surgiera y la opción de vender o intercambiar algún excedente. Y la cosa no quedaba allí, sino que la huerta jugaba en un esquema más complejo que involucraba a la vaca dadora de leche y terneros, a las ovejas con su aporte de carne y lana, a las gallinas proveedoras de huevos y carne, a los cerdos garantizando el sustento de invierno, a los frutales y su dulce dádiva; y a un entramado de actividades artesanales y manuales que se transformaban en alimento, medicina y abrigo familiar y comunitario. De esa manera contestaban a las preguntas que figuran más arriba poniendo el eje en el sustento de la familia.
Y el punto de partida era la elección del lugar donde brotarían las primeras acelgas, habas y ajos. Aquel lugar era donde la diversidad y el conjunto de factores ambientales hubiera forjado un suelo fértil, profundo, rico en humus, capaz de sustentar y prolongar la vida. Se buscaba la tierra llena de lombrices y en donde los animales hubieran dejado su regalo de bosta y pezuñas que sería convertida en zapallitos, ajos, lechugas, remolachas, papas y batatas. Se buscaba Tierra Negra.
Quienes han dado respuestas a las preguntas que definen el modelo agroalimentario actual lo han hecho basándose en la necesidad de generar divisas y una lluvia de dólares que traería –en el mejor de los casos- el pretendido desarrollo nacional a base de la exportación de productos de gran demanda mundial. Siendo parte de un complejo en donde a la Argentina (y a América Latina por extensión) le corresponde el rol de aportar materias primas o con poca modificación para que en otras regiones del globo con mercados en expansión se le diera valor agregado y uso. Nada que no se viniera perfeccionado desde hace siglos, ahora teñido con los colores de un capitalismo moderno y global.
Pero la promesa de una frazada que nos cobijara a todos debajo no se ha cumplido y ésta hace rato que viene quedando corta y presentando agujeros. Hace más de 15 años que los primeros colectivos de vecinos se comenzaron a manifestar denunciando la aparición de enfermedades raras en áreas vinculadas a la producción industrial de granos; las taperas invaden los campos y los yuyos tapan escuelas rurales; aumenta la degradación de ecosistemas y se pierde su capacidad regulatoria y de oferta de servicios; la “lluvia de dólares” parece haber sido cortada con los vientos económicos mundiales concentrando aún más la actividad productiva en manos de grandes capitales; el modelo de consumo (tanto industrial como doméstico) parece ignorar que su raíz está asociada a los recursos naturales aproximándonos a una crisis energética sin precedentes mientras que la actividad de producción de carnes y granos en escala industrial contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero. En los extremos de esta cadena, el alimento de calidad no llega a la gran mayoría de la población con enormes efectos en la salud física y psíquica; y los suelos –aquellos que parecen haber sido una “marca país”- muestran tremendos efectos de degradación en todos sus niveles perdiendo su capacidad de sostener cosechas aceptables y de regular fluctuaciones ambientales. Así, palabras como desmonte, inundación y surgimiento de plagas y enfermedades se asocian directamente al modo de producción establecido.
Ante esto, surgen muchos NO en diversas partes y muchos otros SI que intentan arrebatarle a las grandes corporaciones vinculadas a los agronegocios -y a los políticos funcionales a ellas- la posibilidad de darle respuesta a las preguntas que definen el modelo de producción, distribución y consumo de alimentos. Pequeñas experiencias que se traducen en ferias y redes de consumo, en huertas de traspatio, en pequeños productores que se animan a arrancar algo distinto, en colectivos que empujan legislaciones locales que protejan la salud, en encuentros de mujeres para abordar la salud desde un perspectiva comunitaria, en rondas de saberes, en estudiantes que se comprometen desde sus aulas,  en técnicos que se animan al diálogo, en estados municipales que levantan la mirada, en experiencias de educación, en semillas compartidas, en miradas y abrazos…
No existe nombre que pueda definir aquello que se viene gestando. Quizás sea agroecología o agriCultura en tanto se vea a la producción de alimentos sanos como centro y motor de una sociedad diversa y respetuosa de sus orígenes. Lo cierto es que hace falta tender puentes entre todos estos SI que nos devuelva a los pequeños productores, trabajadores y consumidores conscientes la posibilidad de elegir qué comemos, quién lo produce y bajo qué condiciones; que nos devuelva así nuestra Soberanía Alimentaria…como personas, familias y comunidades.
Este es el pequeño aporte que se pretende de esta revista: generar condiciones en todos los niveles para que, como nuestras abuelas, podamos iniciar la huerta que llene platos y corazones; conectar y fortalecer las redes de producción y consumo; ser trasmisora de ideas y provocadora de iniciativas; contagiar amor por la tierra e inquietud por la creación y la belleza más que por la receta; recuperar la posibilidad de manejar y construir saberes, alpargatizando el conocimiento. Se trata de fortalecer el vínculo entre quienes creemos en que la necesidad de generar algo nuevo debe terminar con los valores de los viejo y que la posibilidad de hacerlo está en nosotros. Se trata de empezar de nuevo. Se trata de regenerar otra vez la TIERRA NEGRA.

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