Plan de parto: una herramienta a nestro alcance

Por Ana Voarino, Doula, Preparadora Prenatal y Asesora en Lactancia Materna

Cuando tomamos conciencia que nuestro cuerpo está gestando vida además de inundarnos de emociones tan amplias y diversas como días dura nuestra gestación y mujeres hay en el planeta, también tomamos conciencia que el embarazo trae inherente a él una “duración”. La misma rondará dentro de las nueve lunas o cuarenta semanas aproximadamente con un margen de dos semanas más o menos para considerarlo “embarazo a término”. Esto significa que mientras los factores obstétricos que se consideran sean de bajo riesgo tanto para el niño/a por nacer y la mamá por parir, el parto puede desarrollarse normal y tranquilamente desde la semana 38 hasta la semana 42, sin necesidad de apurarlo, de inducirlo, de asustar a la mamá con frases repetidas como “el niño está alto”, “el niño está pasándose” o “no

dilatás por eso te inducimos” o “ el cuello esta verde por eso hay que hacer cesárea” o “te hacemos un cortesito así no te desgarrás”, etc.

Esto suele darse una y otra vez y lo lamentable es que son mentiras infundadas en el miedo y la impaciencia social que no tolera perder el control de todo el proceso en sí y decide consumarlo en un acto instantáneo y por ende intervenido con prácticas obstétricas innecesarias y rutinarias. ¿Qué significa esto? En la sociedad en la que vivimos queremos que los partos duren menos de lo que tarda en hacerse una milanesa con fritas…

 

Hoy parir sin intervenciones y de forma natural (eso significa vaginalmente sin ningún tipo de intervención innecesaria aunque sí acompañadas por personal capacitado para hacerlo) es prácticamente una odisea tanto en el ámbito público como privado. Solo el hecho de pensarlo nos resulta ilusorio, loco, primitivo, peligroso. ¿Nos hemos puesto a pensar quién nos ha metido tanto miedo?

La mujer sale de una consulta médica con poca y nada información de lo que necesita para empoderarse de su estado gestacional: no sabe porqué le miden la presión, porqué los análisis, porqué se receta ácido fólico, porqué tiene infección urinaria, porqué pueden invadirla hongos vaginales, o porqué es importante saber su factor de sangre entre tantos otros parámetros. Y no malentendamos esto: queremos saber de qué se trata, no que nos metan miedo. Además no se ofrecen alternativas posibles a determinados estudios y/o medicamentos, no se pregunta cuál es nuestro parecer o qué creencias traemos y cómo nos afectan determinados procedimientos. Hay una falta total de individualidad y vínculo entre nuestro/a médico/a, partero/a, obstetra y nosotras que vamos portando una nueva vida en formación –cosa no menor-.

Mayoritariamente sucede que sabemos más de nuestro celular último modelo y sus alcances, que de nuestra fisiología gestacional y qué esperar de posibles escenarios que puedan desencadenarse en nuestros partos y qué caminos tomar.

Entonces llegamos a un portal de iniciación –pasamos de ser mujeres individuales a mujeres maternantes y nutridoras de vida- donde ni siquiera nos damos por enteradas qué es un trabajo de parto normal y de bajo riesgo, qué nos permite esto, como por ejemplo el poder disfrutar de cada contracción en compañía con nuestros seres amados, en calidez, contacto, comiendo dulces para ayudar nuestra energía si así lo deseamos, caminando o tomando posturas que más nos ayuden para la bajada del bebé, bañándonos con agua calentita para mitigar los dolores o teniendo relaciones sexuales con nuestro amado para desencadenar naturalmente el parto. No sabemos nada de esto, nada de nada. Todo lo que nos relaja y “abre para darle paso al niño” lo suprimimos y en cambio  activamos el chip del “miedo-dolor-paranoia-terror-pánico” y todas estas emociones en vez de abrirnos nos cierran y no hacen más que tensionar nuestro canal de parto que debe abrirse para dar lugar a la cría (¡porque no olvidemos que somos mamíferas y parimos crías!) y junto a ello también aparecen de la mano de los profesionales, las prácticas invasivas, violentas, innecesarias cuando son rutinarias; ellas son por ejemplo: inducciones, fechas programadas según conveniencia del personal de salud, rotura artificial de membranas, tactos innecesarios, sueros con medicamentos y oxitocina sintética para “apurar la cosa”, parir de forma horizontal y acostadas siendo antinatural, restricción de alimentos, obligadas a parir solas, monitoreo continuo, episiotomías (corte en el periné), peridural, cesáreas innecesarias, maltrato físico-psíquico, compresión del abdomen en el momento del pujo por parte de una enfermera, separación de sus hijos apenas nacidos. Repito: en mínimos casos pueden ser necesarias y justificadas pero cuando se hacen de forma rutinaria por “protocolo médico” (más del 90%) pasan a ser parte de lo que se denomina Violencia Obstétrica. No digo que siempre y todas sucedan, pero con conocimiento de causa esto es moneda corriente a lo largo y ancho del país y del mundo entero.

Aquí se dan tres escenarios posibles: tomar conciencia de que tu parto fue intervenido innecesariamente y eso desencadenó traumatismos varios tanto en tu cuerpo y corazón como en el de tu hijo (depresiones postparto, incontinencia urinaria, infecciones, lactancias frustradas, desconexión, falta de instinto, afecciones respiratorias, etc.) y hacer algo al respecto. La segunda opción es no darte por enterada nunca y seguir creyendo que los partos son experiencias horribles que no volverías a vivir e ir pregonando esto en nuevas mamás aumentando la nube tóxica de fantasmas y de cesáreas programadas; o la tercera es tomar conciencia y no hacer nada o sea creer que no mereces nada mejor que eso o que no podes hacer nada para cambiarlo. La más triste de todas es la tercera y la más valiente de todas y que te dará mucho poder es la primera.

Bien si tu elección es no volver a pasar por esto hay opciones disponibles:
1) Si sufriste Violencia Obstétrica nunca es tarde para denunciar. Tu denuncia será tomada en la Línea de Salud Sexual del Ministerio de Salud de la Nación (0800-222-3444) y se emprenderán sanciones a quienes corresponda. Existen leyes que nos amparan: la ley de violencia obstétrica (25.929), la ley de violencia de género (26.601) y la ley que protege los derechos de los pacientes (26.529).

2) Atravesar toda tu gestación, preparación al parto-posparto y lactancia, buscando información certera, alternativas saludables en pos de acompañar la fisiología y sus distintas etapas, estar acompañada por personas que nutran positivamente tu búsqueda y respeten tus elecciones, plantear tus dudas, planteos y  decisiones al equipo de salud que debe acatar a ellas respetándote y también presentar tu PLAN DE PARTO.
Un plan de parto es una planilla que completa la mujer sobre qué prácticas obstétricas se aceptan y qué condiciones desea se respeten para atravesar el trabajo de parto, parto y posparto, tanto para con ella como para con su hijo recién nacido. El plan de parto se consigue en la web o pedírselo a quien escribe, si urge el deseo, es otra opción cercana.

Esta planilla debe presentarse previamente al parto, charlar sobre cada punto con el profesional y luego, las dos partes deben firmar en común acuerdo. La misma puede modificarse sobre la marcha, pero siempre que la mujer sea previamente informada, consultada y dando lugar a la práctica obstétrica adecuada. Para ello debemos “estudiar y tomar conciencia” previamente y con mucho detenimiento cada práctica obstétrica, sus beneficios y sus riesgos. Claro, eso supone salir de nuestro lugar de confort y pasar a ser sujeto del cambio: “Una mujer informada es una mujer empoderada” y cuando recuperas tu sexualidad, recuperas tu Identidad.
Las mujeres debemos recuperar urgentemente la sensibilidad, la intuición y el poder que nos otorga nuestra energía femenina y así formar una red de sostén amoroso una con otras. Está en nosotras.

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