Áreas libres de pulverización: ¿Nueva traba u oportunidad?

Por Cristian Crespo

Mucho se está hablando actualmente de la necesidad de establecer áreas de seguridad libres de la aplicación de agroquímicos cerca de los centros poblados. Esta iniciativa está promovida por la necesidad de asegurar ambientes sanos y protegidos de sustancias potencialmente tóxicas, cuyo uso se ha incrementado de forma exponencial en los últimos años. El campo ha perdido en esta región ese carácter bucólico que hace referencia a lo natural y lleno de vida (por no mencionar otros aspectos perdidos) y se hace necesario entonces hacer “más vivible” el lugar donde todos vamos a parar en algún momento.

Quienes se oponen a esta idea argumentan que resulta desmedida debido a que los productos químicos utilizados en la producción agropecuaria no generan daño alguno si son aplicados de acuerdo a determinadas pautas que tienen que ver con las condiciones ambientales, el tipo de producto, la dosis, la presencia y la

verificación de un ingeniero agrónomo, entre otras. Lo cierto es que, a campo, diariamente observamos que estas pretendidas “Buenas Prácticas” son muy difíciles de respetar por motivos que están relacionados a la falta de organismos de control, la capacitación de los productores y operarios de pulverizadoras, la necesidad de “hacer más hectáreas” y, claro, un desdén importante hacia el ambiente y las personas (no en todos, claro!). La actual Ley de Agroquímicos de la provincia de Córdoba es un claro ejemplo de ésto: hermosa en los papeles pero imposible de ejecutar.

Al mismo tiempo, investigadores ligados al INTA hablan de movimientos de microgotas de agroquímicos que pueden trasladarse a más de 3000 metros de la zona de aplicación. Entonces, la dificultad de “hacer las cosas bien” de la mano de derivas que llevan sustancias tóxicas de un lado a otro, constituyen un enorme problema potencial.

Y hay que hacer un análisis adicional respecto de la última palabra del párrafo anterior. Cuando decimos “potencial” hacemos referencia a aquello que “puede suceder”. Hay quienes afirman que los pesticidas utilizados actualmente no generan daño alguno en determinadas condiciones. El tema es que, como ya dije, dichas condiciones son difíciles de cumplir y que, además, las categorías toxicológicas de los productos utilizados son establecidas de acuerdo a investigaciones llevadas adelante por las mismas empresas productoras. ¿Saben cómo? De acuerdo a la cantidad de ratas que mueren cuando son expuestas a determinado producto. Aquella dosis que mata el 50% de las ratas expuestas es la considerada como Dosis Letal Media (DLM); cuanto menor es ésta, mayor es la categoría toxicológica. Para que resulte apropiable por todos, estas categorías se identifican con bandas de colores presentes en los envases, el verde identifica los menos tóxicos y el rojo los más tóxicos, pasando en esa progresión por el azul y el amarillo. Pero….¿qué pasa con las ratas que no mueren junto con las otras? Quizás desarrollen problemas cutáneos, endócrinos, reproductivos, algunos tipos de cáncer y quizás mueran tiempo después. Pero de eso nadie habla…

La exposición contínua a sustancias extrañas junto a otras cuestiones que hacen a nuestra vida diaria (estrés, alimentación no equilibrada, automedicación, etc.) constituye entonces un cóctel con tremenda peligrosidad potencial. Existe un grupo de médicos de diversas regiones y especialidades (llamados Red de Médicos de Pueblos Fumigados) que vienen denunciando el aumento de patologías extrañas (abortos espontáneos, problemas hormonales, distintos tipos de cáncer, malformaciones fetales, problemas reproductivos, etc.) junto al aumento del uso de agroquímicos de distinta índole. Este es un llamado de alerta que requiere de investigación para confirmar o desmentir su relación pero que, mientras tanto, requiere que se tomen las medidas necesarias para no “activar la bomba”.

Otro argumento en contra de los límites periurbanos a las aplicaciones es la que habla de las “miles de hectáreas perdidas en todo el país”. Al respecto, ninguno de los impulsores de estas medidas se imagina los alrededores de su pueblo convertidos en yuyales improductivos. Dentro de los límites de las áreas libres hay que pensar en una resignificación de esas tierras, imaginarlas como el espacio donde se produzcan los alimentos que luego se comercialicen y consuman dentro del mismo pueblo. No existen hoy demasiadas experiencias en los pueblos de la Pampa Húmeda de producciones de verduras, frutas, pollos, lechones, huevos, leche y demás alimentos que provean las necesidades locales. Hay quienes argumentan que estas cuestiones no pueden llevarse a cabo por imposibilidades técnicas (falta de agua en cantidad y calidad, falta de infraestructura, canales de comercialización estables, etc.) A mi entender, hay una traba que tiene que ver con la falta de voluntad de encarar procesos nuevos y propios; desde quienes tienen que asegurar el marco institucional-político, desde los técnicos, desde los propietarios de esas tierras y desde toda la sociedad que se beneficiaría con estos cambios.

Con buen tino y criterio, el IPAF (Organismo dependiente del INTA) ha comenzado un interesante trabajo en algunas comunidades del sur santafesino -con sus ordenanzas de límites a las pulverizaciones en vigencia- que apunta a desarrollar junto a los productores alternativas que sean ambientalmente saludables, rentables y generadoras de trabajo.
Entre las reglamentaciones que se consideran ejemplificadoras se encuentra la del distrito de Cañuelas. Ésta fue pensada entre el municipio y organizaciones políticas y sociales del medio. Además del establecimiento de los límites a las pulverizaciones terrestres y la prohibición parcial de las pulverizaciones aéreas, se establecen mecanismos de apoyo (económicos y técnicos) a la producción local y cooperativa de alimentos, se constituyen formas de comercialización, se establece que las áreas liberadas no podrán ser utilizadas para la especulación inmobiliaria, entre otras medidas.

Charlando con amigos y colegas del IPAF y con gente de Cañuelas, coinciden en que -si bien no se trata de procesos fáciles de llevar a cabo- los beneficios no tardaron en aparecer. Incluso hay casos de productores que estando fuera de los límites establecidos, se han acercado a preguntar de qué manera “hacer algo distinto” en sus establecimientos.

Por lo tanto, esta cuestión de los limites a la pulverización en las áreas pobladas de ninguna manera es una traba a la producción (Si puede serlo al no uso de la tierra o al “hacer la plancha mientras alquilo mi quinta”). Es una oportunidad real de generar modelos distintos de producción: no especulativos, generadores de trabajo, amigables con el entorno, pensados en función de las características y necesidades locales…características que el modelo actual de producción no tiene.

Yendo más allá aún hay que intentar definir que sucede fuera del pueblo y de qué maneras proteger las escuelas rurales y las viviendas del campo, ya que afortunadamente nos son todas taperas. Para todo esto, la necesidad de información resulta esencial. A diario se escuchan argumentaciones (de uno u otro lado) que carecen de sustento técnico y que de ninguna manera ayudan a generar una nueva situación en la que todos salgamos ganando, sin posiciones mezquinas, intereses particulares ni valoraciones peyorativas de quien consideramos “el otro”.

No toco de oído, cada campaña el mosquito pasa a escasos metros de nuestra huerta, nuestras gallinas, nuestros frutales, nuestras narices y nuestro hijo. Hay mucho para hacer entonces….

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